El teatro fue creado mucho tiempo antes del cine. El primero nació en la antigua civilización griega a mediados del siglo VI, cuando bailaban y cantaban en honor a sus dioses, siendo usado como generador y difusor de su cultura. El segundo nacería en 1895 con los hermanos Lumiere quienes realizarían la primera proyección pública en imágenes en movimiento.
El teatro y el cine son en definitiva un espejo de la sociedad y sus interrogantes. Plasmando en escena hechos, costumbres, deseos, miedos, sentimientos, formas de pensar, proyectos, características de una nación. Por eso, al ser artes, que hacen representación de lo que ocurre en un país, el Estado y artistas deberían buscar que estas obras sean un nexo con el pueblo.
Si bien en ambos casos, no son una reproducción exacta de la realidad, sí son una revitalización de la realidad. En muchas de las situaciones nos observamos en la escena, vemos historias parecidas a las nuestras, a nuestra vida cotidiana, a nuestras alegrías y penas; es decir, nos identificamos con ellas. Entonces se forma un vínculo entre los personajes y los espectadores. En el teatro en especial, la sensibilidad de la conexión es más fuerte debido a que el mensaje está llegando de persona a persona. Vemos conflictos como los que ocurren en la vida real, como es en el caso de la religión, política, economía y ambiente.
Ambas artes tienen la capacidad de asombrar, causar miedo, sorpresa, dolor, asombro, reflexión, entre otros.
Y ¿cómo podemos usar ambas en beneficio de la sociedad? De muchas maneras. Para hacer memoria de sucesos acontecidos, para transmitir costumbres tales como danzas, música, entre otros. También para fortalecer la identidad del país, pues al ver las obras el espectador adquiere visiones, concepciones y conocimientos relacionados con sus raíces culturales y su identidad.
El artista en escena incursiona en el mundo, lo transforma y lo somete a una constante superación. En ella queda expuesta su actividad transformadora, ideológica, sus puntos de vista y conocimiento cultural.
El teatro es una de las mejores herramientas que existen para el aprendizaje y por ello, se debe aprovechar al máximo como propuesta de educación. Lamentablemente en el Perú es visto como mero entretenimiento. En la mayoría de la población no es vista como una actividad apreciada con fines educativos, culturales y espacios de reflexión.
En ambos casos cine y teatro, pueden ser utilizadas para promover el desarrollo ansiado de una sociedad que busca evolucionar. También serviría para unir lazos entre los habitantes tener una convivencia pacífica y apuntalar a un desarrollo nacional. Pues se tiene la capacidad de recrear y reconstruir nuestra vida personal y social.
Un ejemplo interesante es la película “La boca del lobo”, dirigida por Francisco Lombardi y estrenada en 1988. Este film dio mucho que hablar en los ambientes culturales, políticos y población en general, debido al abuso militar que se representó, basado en un hecho ocurrido durante los años de violencia en el país.
Se narra aquí la llegada del ejército peruano al pueblo de Chuspi en Ayacucho. El objetivo de los militares era combatir a Sendero Luminoso, quienes estaban causando daños terribles a los habitantes de esa zona, mientras el estado brillaba por su ausencia.
Existe un hecho importante en la historia, cuando el teniente Basulto sufre una emboscada y fallece. Entonces es reemplazado por Iván Roca, personificado por el actor Gustavo Bueno, con quien se intensifican los prejuicios y el abuso hacia el poblador de Chuspi.
Roca, en un momento tenso, se ve amenazado ante un enemigo que no da la cara, pues provoca diversos atentados contra sus hombres, y decide ordenar el asesinato de una gran parte de la población, incluyendo menores de edad, acusándolos de terroristas. Estas escenas son realmente fuertes y desgarradoras.
Esta película tuvo una acogida positiva pues abrió un debate acerca del tema de los derechos humanos durante la violencia política en el país entre los años 1980 y 2000. Otro punto que tuvo notoriedad fue el de la pobreza en la que se encontraban los pobladores de Chuspi y el abandono de parte de las autoridades. No existía ahí presencia del Estado, lo que trae como consecuencia que sean presas fáciles de terroristas.
La huida de Vitín de Chuspi, corriendo y con gran sentimiento de culpa por lo ocurrido (la matanza), puede representar la actitud de muchos peruanos de la época: huir, olvidar, hacer como si no pasó nada. Actitud que no ayuda a cerrar heridas y fracturas de nuestra sociedad. Pero gracias a películas como ésta hacemos memoria de lo ocurrido. Y no por el hecho de saber qué ocurrió en determinada fecha y hora, o si murieron 100 o 101 personas, sino para recordar qué es lo que pasó, por qué y cuáles fueron las consecuencias, y para algo muy importante: no volver a repetirlo.
Por lo tanto, es importante la difusión que pueda tener el teatro y el cine en la población peruana, igual que otras artes, porque nos ayuda a fortalecer nuestra identidad, a conocernos más, a recordar acontecimientos tanto positivos como negativos de nuestra historia, a reflexionar y también a entretenernos. Y por si mi postura y argumentos no fueron lo suficientemente fuertes, cierro este texto con la frase de Alejandro Jorodowsky “cuando los países se desmoronan y se caen lo único que queda de ellos es la cultura, por eso es tan importante. Un país sin cultura va a la desaparición. Creo que hay que dedicar un capital a la cultura, crear productos útiles para el ser humano, tanto para su consumo como para su conciencia.”
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