Escribe: Youssef Abi-Fadel
El pasado domingo 8 de junio en Australia, la diputada opositora Tanya Plibersek tildó de “vergonzosa” la representación que hacía el primer ministro Tony Abbott durante su presente gira por los EE.UU. y Canadá, en la cual el jefe del poder ejecutivo de dicho país ha cancelado sendas reuniones con el secretario del Tesoro Norteamericano, Jack Lew, y con Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, así como la cita con la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. Las críticas se han hecho aun más pronunciadas puesto que en noviembre Australia albergara la reunión del G20 y las oportunidades que estaría desechando Abbott son invaluables en un contexto marcado actualmente por una deuda record según el partido Liberal, al cual pertenece el primer ministro, un cuestionado presupuesto fiscal que marca una nueva tendencia hacia la austeridad y políticas de contrarreforma que, desde mi humilde punto de vista, retienen a una sociedad que estaba preparada para una serie de medidas que podían mejorar la calidad de vida en la tierra de los “wallabies”. ¿Qué ocurre al otro lado del planeta?
El sistema político de Australia es una monarquía constitucional enmarcada en una democracia parlamentaria federal, en la cual la reina Isabel II tiene el rango de autoridad máxima de gobierno pero de facto es asesorada por el primer ministro. Las elecciones nacionales por los partidos son realizadas cada 3 años y ello decide la conformación en el parlamento, en tanto el representante partidario para el cargo ejecutivo de primer ministro es una decisión interior de cada movimiento o partido al mando. Durante la segunda mitad del siglo XX el sistema político australiano se ha ido asemejando cada vez más al de EE.UU., esto porque desde 1968 hasta la actualidad solamente dos partidos se han intercalado en el poder a través del primer ministro, estos son el Liberal Party of Australia (centro derecha) y el Australian Labor Party (social demócrata). Tony Abbott pertenece al primero y fue electo luego de vencer al laborista Kevin Rudd, el cual precedía a la también laborista Julian Gillard.
La polémica alrededor de la figura de Abbott se ha dado a partir de las políticas que éste ha emprendido luego de tomar el cargo. La primera de estas ha sido la aprobación del presupuesto fiscal 2014-2015 en el cual se ha aumentado la presión tributaria y se redujo el gasto de gobierno previsto, ambos medios de una política de austeridad que el propio Abbott ha justificado en que Australia enfrenta una deuda record por un estado de bienestar insostenible en circunstancias de crisis mundial y expectativas poco entusiastas de sus vecinos asiáticos más cercanos, China y Japón.
Sin embargo, las estadísticas podrían rebatir lo que el primer ministro sostiene: según The Guardian, la deuda soberana australiana efectivamente ha alcanzado un record en términos nominales pero no así como porcentaje del PBI, en el cual se encuentra en un 12.3% y es menor que el 18.1% del periodo 1995-1996; asimismo, la deuda de este país, como es el caso de varias potencias regionales, expone ciclos y en este caso las proyecciones máximas están previstas para el 2016-2017 y luego se reducirían, manteniéndose aun en el punto máximo por debajo de los porcentajes de deuda sobre PBI que tienen miembros de la Unión Europea y la Commonwealth. Los indicadores sobre la deuda también pierden peso si se toma en consideración que los rendimientos del bono soberano australiano a 10 años han ido reduciéndose desde 1995 como consecuencia de la disminución del riesgo de su sistema financiero.
No obstante, el principal embate que enfrenta Tony Abbott es la brusca transición ideológica que su llegada al poder ha significado para Australia. Su predecesora laboralista Julian Gillard fue la primera mujer al mando del país y sus ideas de avanzada tuvieron entre sus líneas principales el apoyo al aborto, el matrimonio igualitario, la apertura hacia la migración, un estado de bienestar que a grandes rasgos funcionaba y era sostenible, pero sobre todo era partidaria del paso de Australia hacia un sistema republicano independiente de la Mancomunidad Británica, también conocida como Commonwealth. Por su parte, Tony Abbott se identifica con un ala tradicional de la política australiana escéptica sobre los alcances de las medidas de apoyo social e inclusión que propugnan las socialdemocracias como las de Gillard y el Labor, además de oponerse firmemente a las medidas antes mencionadas en el gobierno de Gillard durante su periodo entre 2010 y 2013. Abbott se ha concentrado en fortalecer los vínculos con los países de la Mancomunidad, especialmente con el primer ministro canadiense Stephen Harper, con los cuales comparte una postura de centro-derecha que podría estar reteniendo claras potencialidades que estos estados y sus economías podrían aprovechar con las propuestas laboristas.
¿Extrema cucufatería o negación de las posibilidades de éxito de una postura diferente? Por ahora no podemos juzgar del todo un mandato que no ha llegado aún al año de duración, pero es claro que Abbott parece haber perdido la brújula tanto en política interior como exterior y en la medida en que las encuestas de aprobación le vayan jugando en contra puede que la decisión de sus aliados estratégicos, con evidente ambigüedad respecto a EE.UU. (al cual tradicionalmente Australia se ha apegado), le juegue en contra. No es cuestión de que sea de derecha o de izquierda, pero Abbott debe ser pragmático, Australia no debería frenar en base a percepciones sesgadas o infundadas.
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