jueves, 16 de junio de 2016

El drama de las diferencias

Escribe: Santiago Paz

¿Qué pasa cuando juntas, en un mismo colegio, a dos niños de condiciones socioeconómicas muy distintas? ¿Qué cambios se producen y cómo reaccionan ambas partes? Hace unas semanas vi “Machuca”, una reconocida película chilena, que narra este “experimento” basado en hechos reales durante el Gobierno de Allende y la posterior dictadura de Pinochet. Apenas terminé de verla, quería escribir sobre ella y compartir algunas reflexiones (sin spoilers). “Machuca” tiene un mensaje tan claro y profundo, que rápidamente se ubicó en mi ‘top’ de películas favoritas. A través de la amistad de dos niños, nos hace ver grandes contrastes entre los menores; diferencias que van más allá de lo económico y trascienden aspectos históricos, políticos, sociales... Desde allí es inevitable extraer lecciones para el caso peruano, ahora con mayor razón, y en un espíritu constructivo. 




En ocasiones estamos tan acostumbrados a convivir con divisiones sociales y la población segmentada, que nos olvidamos de los peligros ocultos y del daño que estamos generando. No se trata de una lucha, sino de prevenirla, y para ello se requiere un equilibrio entre las personas, buscar que todos se sientan parte del país y con igualdad de oportunidades. Finalmente, los beneficios de la paz y la tranquilidad social son más grandes y los gozamos todos. ¿Pero estamos dispuestos a realizar ciertos sacrificios en búsqueda de un bien mayor, y a dejar con ella las segmentaciones de lado?

Cuando nos conviene exigimos igualdad y cuando no ahondamos las diferencias. Pasa con poblaciones vulnerables, LGBT, población indígena y otras minorías. No aceptamos que existen personas que piensan y actúan distinto a nosotros, y que ello no los hace inferiores. Como en la película, queremos “marcar” nuestro territorio (y en especial nos gusta hacerlo con nuestro “nivel educativo” o “buenas costumbres”); estamos dispuestos a acercarnos a los demás pero únicamente bajo las condiciones que controlamos y los límites que trazamos (si se sobrepasan, puede salir nuestra peor faceta). Allí nos sentimos cómodos, pero no existe un deseo mayor para cambiar las cosas, ¿o acaso buscamos eso? En las últimas semanas han abundado los insultos: incultos, ignorantes, anormales, mal educados… pero,  ¿qué hacemos para cambiar nuestra realidad? Me refiero a cambios profundos y estructurales, no únicamente a muestras de caridad, que son necesarias pero insuficientes (finalmente, mantiene el estado de las cosas y relaciones de dependencia).


Dos mundos distintos

La educación está en el centro de la discusión. “Machuca” nos presenta bien las diferentes realidades y las diversas actitudes de los involucrados. En el Perú, aunque se ha avanzado, todavía no podemos afirmar que la educación sea ese vehículo de movilidad social, basado estrictamente en meritocracia. No podemos afirmarlo cuando en el mercado laboral (paso siguiente), más importante que la educación, son los rasgos físicos de la persona o el apellido familiar. No podemos afirmarlo cuando las diferencias entre la educación privada (la más cara, de calidad) y la pública son tan grandes; y para las personas de bajos recursos, no existen suficientes mecanismos para acceder a más becas, créditos y otras facilidades. Peor aún, no aceptamos a personas de niveles socioeconómicas más bajos porque “no están preparadas”, como si fuese su culpa; es decir, nos lavamos las manos. No podemos afirmarlo cuando existen universidades y colegios privados que engañan a un sector de población, cobran barato, pero no ofrecen una educación de verdad; aunque al mismo tiempo nos oponemos a que se les regule porque ello también nos afecta y no nos gusta (para algunos es un pecado mencionar siquiera la palabra regulación).

Existe evidencia de todas estas situaciones, pero nos mantenemos en gran medida indiferentes o creemos que nada podemos hacer. Al menos seamos claros y reconozcámoslo. Hay intereses grandes de por medio que son muy difíciles de vencer; están fuertemente ligados al poder del dinero y eso decide muchas cosas hoy. Dada esta situación, existen personas que nos beneficiamos del estado de las cosas y que no estamos dispuestas a ceder algo, reconociendo las “ventajas” con las que contamos, desde que nacimos. En ese grupo puedo estar yo, tú o cualquier otro. Nos cuesta darnos cuenta. 

Imaginemos un partido de fútbol: nuestro equipo cuenta con un equipamiento excelente, el mejor entrenador del medio y jugadores que se dedican exclusivamente a su oficio. El otro equipo no cuenta con indumentarias suficientes, los jugadores llegan apurados de su otro trabajo, desconcentrados y con la cabeza fuera del partido, no tienen entrenador e incluso el árbitro se pone especial con ellos. Finalmente lo que importará es el resultado. El primer equipo gusta, gana y golea, en este equipo todos se vuelven profesionales exitosos; en el segundo equipo sólo un par puede hacerlo (a pesar que todos tenían las condiciones), después de mucho esfuerzo y mérito. ¿Les parece justo? A mí no me gustaría ganar con esas diferencias.

¡Recomiendo mucho ver la película!


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