En la mitología medieval, los unicornios eran seres muy codiciados por las propiedades mágicas y medicinales de sus cuernos, pero al ser solitarios y esquivos, encontrarlos y cazarlos resultaba complicado. Hoy en día, basta con ir a San Francisco para encontrar una manada de más de 60 “unicornios”: startups tecnológicas valorizadas en más de mil millones de dólares. Muchas de ellas no generan utilidades y otras apenas tienen ingresos. ¿Son estas valoraciones una fantasía?
El mayor acceso a internet a nivel mundial – se estima que 3 mil millones de personas estuvieron conectadas el año pasado – y la revolución de los Smartphones ha permitido desarrollar modelos de negocios con un potencial de crecimiento inconmensurable. Sin ser dueño de un solo carro, Uber realiza un millón de viajes al día; sin ser dueño de un solo cuarto, Airbnb hospedó a más de 37 millones de personas el año pasado. Snapchat, tu aplicación favorita para mandar selfies perturbadores fotos que felizmente desaparecen luego de diez segundos, cuenta con 100 millones de usuarios diariamente activos.
Sin embargo, como diría un estudiante de contabilidad luego de su examen parcial, los números no cuadran. A pesar de sus crecientes ingresos, Uber no deja de ser una máquina de quemar dinero. Tuvo pérdidas netas por 160 millones en el primer semestre de 2014, mientras que necesitaría un margen operativo de 35% y un crecimiento anual de casi 300% para justificar su valor de 41 mil millones. Airbnb opera por la misma ruta, con pérdidas esperadas de 200 millones este año, pero ya supera ampliamente el valor de la cadena de hoteles Marriot. Snapchat y Pinterest, luego de cuatro y seis años de fundadas, respectivamente, recién han empezado a desarrollar modelos de ingresos a través de la publicidad. Con números así, ¿cómo es que consiguen financiamiento?
Hace quince años, antes de que explotara la burbuja dotcom, las empresas tecnológicas buscaban llegar a Wall Street lo más rápido posible por dos motivos: cotizar en un mercado público era una señal de credibilidad y una de las pocas formas de levantar grandes cantidades de capital necesarias para expandir sus negocios.
Actualmente, llegar a Wall Street no es una necesidad. El dinero barato por las bajas tasas de interés ha multiplicado el número de Venture Capitalists, inversionistas privados que buscan más retornos apostando por startups más riesgosas. A través de rondas de inversión privadas al alcance de un círculo muy reducido, las empresas logran recaudar los cientos de millones de dólares necesarios para financiar sus operaciones mientras se mantienen privadas.
Ello ha llevado a que en el sector tecnología, tanto el número de IPOs como el dinero recaudado en operaciones públicas esté en niveles bajos no vistos desde la década de 1980. El riesgo y los retornos están concentrados en pocas manos.
IPO: Initial Public Offering – Lanzamiento inicial de acciones al mercado público |
Las empresas privadas no están sujetas al escrutinio diario que sufren las empresas públicas. No tienen que preocuparse en reportes trimestrales ni en generar rentabilidad, sino que tienen todo el respaldo de los Venture Capitalists para concentrarse en crecer y crecer. En el mundo de las startups, el ganador se lo lleva todo. El “efecto network” hace que cada nuevo usuario incremente el valor para los demás. Por ejemplo, cada nueva persona que ofrezca un cuarto en Airbnb auemnta el valor para los potenciales huéspedes al ampliar la oferta, y el efecto también se da en sentido contrario. Por eso, los inversionistas están dispuestos a quemar cash, olvidarse de la rentabilidad y pensar solo en crecimiento con el objetivo de liderar el mercado mundial de un subsector específico, así como lo han logrado Facebook, en las redes sociales, YouTube, en la reproducción de videos, o Google, en la búsqueda de información. ¿O acaso alguien usa Google+, Vimeo o Bing?
Los Venture Capitalists se deben chupar los dedos al ver cómo los unicornios en los que han invertido han multiplicado rápidamente su valor. Sin embargo, saben perfectamente que mientras no haya un evento de liquidez, como un IPO, están atrapados en su posición. El objetivo final de sus apuestas, entonces, es lograr que eventualmente las empresas sean adquiridas por un gigante como Facebook o Google, o que se vuelvan públicas para poder “canjear sus fichas” y salir con dinero en mano. Este futuro no parece estar cerca, pues el capital privado, temeroso de perder la oportunidad de invertir en el siguiente Facebook antes que despegue, no para de llegar y parece retrasarlo indefinidamente.
Cuando eventualmente Uber, Airbnb, Snapchat y otros unicornios tengan que salir al mercado, no podrán esconderse del escrutinio público. Sus exageradas valuaciones están fundamentadas en el crecimiento futuro, no en métricas actuales. En Wall Street, la paciencia tiene patas cortas y las expectativas del mercado pueden traer sus valorizaciones de vuelta a la realidad. Si bien es probable que unas pocas empresas resulten exitosas, muchas no sobrevivirán a sus fantásticas ilusiones y probarán que, como en la mitología, los unicornios reales son esquivos y difíciles de cazar.
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