miércoles, 24 de junio de 2015

Mi gran divorcio griego: deuda y crisis en la Unión Europea

Escribe: Youssef Abi-Fadel

En esta historia no hay un todopoderoso Hércules ni un inmortal Aquiles, tampoco la disciplina de 300 fornidos espartanos, menos aún la sabiduría de un Aristóteles, Platón o Sócrates. Grecia desde hace mucho no es ni el mínimo recuerdo de la cuna de la civilización occidental que alguna vez fue. El país heleno se encuentra en la peor crisis económica de su historia, está atrapado en niveles de deuda pública insostenibles y su condena no es solo la de una nación, sino que puede arrastrar a todo un bloque económico, la utopía que alguna vez supuso la Unión Europea (UE). Las negociaciones se han vuelto rounds de box entre las autoridades griegas y sus acreedores extranjeros, pero nosotros no somos simples espectadores, uno que otro jab nos puede caer.


El gran problema sobre la negociación entre Grecia y la UE sobre la deuda de ésta con el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) es que lleva detrás la necesidad de una profunda reforma estructural. Esto implica resolver los obstáculos al crecimiento de largo plazo, el clientelismo, la administración pública deplorable (tanto como la defensa de Perú en la Copa América o las críticas de Magaly a Tilsa por su celulitis), la pésima regulación, un corrupto sistema judicial (suena familiar), procesos de nacionalización y oligopolios ineficientes, así como inflexibilidades artificiales que restan a los mercados de bienes y servicios y de mano de obra.

La relación de amor/odio entre la UE y Grecia viene desde la inclusión de este país en la panacea europea. Era un país geopolíticamente vital (limita con Turquía y tiene una amplia franja costera en el Mediterráneo), pero económicamente endeble. Uno de los requisitos para entrar al Club Mediterranée (hay que decirlo, la UE es un club) era tener una proporción de deuda sobre PBI máxima de 30% y fueron varios los países, entre ellos la tierra de Giorgios Samaras, que maquillaron sus datos para entrar y luego se desbandaron para ser rescatados por Angela Merkel.

Grecia entró a la Unión Europea durante la segunda ampliación de ésta en 1981 y fue quizás la marca en el epitafio de su economía. Le dejó a las autoridades griegas romper todo plan económico de largo plazo y esperar la ayuda de las potencias más grandes… entrar a la UE fue como adquirir un seguro y asumir el riesgo moral de un YOLO macroecónomico. La consecuencia: Grecia se declara en crisis de imposibilidad de pago de la deuda con los acreedores extranjeros en 2011 e inicia el dominó de la crisis europea del 2012, una crisis económica tan profunda que llevó a una crisis política equiparable a la de Alemania antes de Hitler; de hecho no estuvo lejos de ese escenario, la ultraderecha fascista griega pudo ganar las elecciones parlamentarias en su momento y ahí sí se armaba el tole tole. Grecia llegó al matrimonio europeo ajustando los dientes y una vez adentro se dio al abandono.

Ojo que estar en la zona euro no solo trae los placeres de un colchón de rescate, principalmente financiado por Alemania y Francia, una comunidad económica de comercio fluido y pasaportes comunitarios. Entrar a la UE implica amarrarse al euro, sí, amarrarse a una moneda de la cual no se tiene control y abdicar a la posibilidad de tener políticas monetarias para afrontar la crisis. Tecnicismos aparte, Grecia se ató las manos y pagó los platos rotos por su indisciplina fiscal y eso no me apena, salvo por Mykonos porque la juerga playera se puede ver afectada.

Grecia llegó a acumular una deuda pública de cerca de 320,000 millones de euros y tuvo que iniciar un “tira y afloja” con los agentes a los cuales les debía para renegociar estas obligaciones. Llegó 2015 y el nuevo primer ministro, Alexis Tsipras y su promesa de defender los intereses de su país avivaron la necesidad de negociar. La semana pasada, después de tanto arreciar en conversaciones con los jefes de estado de la UE, Grecia llegó a una propuesta al menos razonable para mejorar su capacidad de pago: reformar el sistema de pensiones para elevar gradualmente la edad de retiro a 67 años hasta 2025 y aumentar los impuestos selectivos a hoteles y servicios para aumentar los flujos a las arcas fiscales en 350 millones de euros anuales. Y de hecho el BCE vio con buenos ojos la iniciativa del antes intransigente Tsipras y aumentó la ayuda al sistema bancario helénico para evitar una crisis de liquidez en el sistema bancario privado en Grecia. Lo de Tsipras fue una oferta “in extremis”, pero los acreedores arremetieron de nuevo y aumentaron sus exigencias. ¿Cuánto podría ceder Tsipras antes de caer como el Cosito en Perú? El matrimonio griego parece tener “diferencias irreconciliables” y el 30 de junio, fin de la prórroga del pago de la deuda, será el golpe final a esta triste unión, o de repente abrirá una nueva etapa de negociaciones como esos matrimonios amargados en los que la costumbre es más fuerte que el amor.

Una eventual declaración de impago o default y la salida de Grecia de la UE podría romper la disciplina austera que se ha pregonado entre países europeos para salir de la crisis y el riesgo de contagio llevaría a otros países endeudados a abandonar el bloque europeo y su moneda el euro, una posibilidad explícita para países como Portugal y Chipre. ¿Qué representaría esto para la UE? La salida del mayor deudor europeo tendría gravísimas implicancias en materia política y económica. Pero mantener a Grecia dentro de la UE sin cambios, es como un pésimo contrato prenupcial, quizás haga de un triste matrimonio algo aún peor. Una Grecia sin reformas profundas no puede prometer pagar su deuda, aumenta la carga de “pesos muertos” para Alemania y debilita más al euro. Una Grecia sin reforma solo pospone el divorcio, mi gran divorcio griego.


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