Escribe: Youssef Abi-Fadel
Domingo 10 de Abril, día de elecciones presidenciales, fiesta electoral, no soy miembro de mesa y ya no habrá ley seca. Son las 10:15 a.m., cola no es larga, llego a la mesa y dejo mi DNI. ¡Es mi sexto sticker de votación! Ahora son las 4:00 p.m., la terrible hora del flash electoral, un evento que ya por costumbre me genera dolor de estómago y me recuerda que el Perú nunca podrá dejar de sorprenderme. Canal 4, reporta IPSOS, y más allá del ajustado resultado a boca de urna entre Matusalén (?) y la Vero, me llama la atención sobremanera el casi 40% que obtiene la candidata Keiko Fujimori y la catapulta a segunda vuelta. Al final del día parece más claro el panorama, Pedro Pablo Kuczynski será el rival de la hija de Alberto Fujimori en la persecución del sillón presidencial, el Iron Throne versión incaica.
Hoy es 20 de Abril y la contienda comienza a calentar, la joven Keiko acusa la avanzada edad y satiriza sobre si PPK podrá mantenerse de pie o si morirá como (spoiler alert) John Snow. Su oponente sostiene que votar por Fujimori sería optar por una dinastía política. Se me prende el foco, comienzo mi investigación y sí, el apelativo de dinastía le cae a pelo al partido naranja. “¡Esto solo pasa en el Perú!” exclama un amigo con cierto cinismo. No hermanito. ¿Qué tal si te digo que menos de 5 países en el mundo no tienen dinastías políticas y que todo nuestro continente experimenta este mismo fenómeno? ¿No me crees broder? Literal.