miércoles, 7 de octubre de 2015

Yo también quise ser un superhéroe

Redactora invitada: Gabriela Silva Calle

¿Cuántos de nosotros no hemos querido ser un superhéroe cuando éramos niños? ¿Cuántos usábamos nuestras máscaras y disfraces de modo que encubiertos pudiéramos usar nuestros poderes y salvar a los demás? Recuerdo que me encantaba ser Flash y cada vez que mi mami me decía “ve a la cocina y trae una manzana”, yo calculaba la distancia y empezaba a correr. Nunca olvidaré mis épocas de Little Flash ni cuánto deseaba ser realmente veloz para llegar puntal a clases a pesar de que me había levantado tarde.

Como todos, crecí, y de los superhéroes solo veía las series y las películas que se estrenaban contínuamente. Empezaron a gustarme los actores, dejé de pedirle a mi mamá los disfraces y las máscaras que me encantaban porque empecé a pensar que querer ser superhéroe solo era para niños y que eso de salvar al mundo era tan solo una utopía.

Terminé el colegio e ingresé a la universidad después de obtener una beca, y lo único en que pensaba era en sacar notas excelentes, siempre había sido la nerd del colegio y no me preocupaba continuar siéndolo. Los problemas de rutina se hicieron presente: dos prácticas y controles en un solo día, presentación de avances al siguiente, casos de treinta hojas que leer, papers que resumir, assignments que entregar. Definitivamente –eso creía—nadie tenía más problemas que yo y por ello no tenía tiempo para nada más que estudiar.


En mi burbuja estuve un poco más de dos años hasta que decidí pertenecer a una organización estudiantil de mi facultad y paralelamente a ello recibí una invitación por enésima vez de una amiga para asistir al voluntariado de la universidad. Confieso que fui con muy poca disposición, aunque con un chispa de curiosidad por conocer qué era lo que hacía que ella estudiará con anticipación para no dejar de asistir y hacer voluntariado.


Definitivamente hubo un antes y un después desde aquella visita, yo sabía que el Perú había ocupado el último lugar en los resultados de la última prueba PISA, que necesitábamos reformas educativas como el ministro lo indicaba, que uno de los problemas base del Perú era la calidad educativa, pero nunca había estado cara a cara con la situación de la que tanto había leído.

Aquella mañana empecé a cuestionar lo que sucedía a mi alrededor, no era posible que a 15 minutos de la universidad en la que estudiaba se encontrara un colegio cuyos niños de tercer o cuarto año de primaria no podían sumar o restar, que por el hecho de vivir en caseríos tenían que estudiar en salones multigrados, que no podían contar con una buena infraestructura y sobre todo no podían aspirar a una educación de calidad porque la mejor se agotaba en la ciudad.

Mi burbuja se rompió cuando empecé a estar disconforme con todo, no podía quedarme con los brazos cruzados, no podía solo quejarme de lo que sucedía y como Lenin decía: “Si no eres parte de la solución, eres parte del problema, ¡actúa!”, por ello decidí con mucho coraje ser voluntaria.

En el camino las cosas cambiaron, yo me fui enamorando de cada uno de los niños, se convirtieron en mis amigos y sin duda yo aprendía más de ellos que ellos de mí, me enseñaron a ser agradecida, a expresar mis sentimientos, me recordaron lo divertido qué era jugar, correr y dejar un momento el celular para disfrutar el momento, me enseñaron a enseñar y a ser paciente (trabajar con niños puede frustrar a cualquiera), me enseñaron a sonreír sin importar los problemas. Sin dudarlo, sus problemas eran mucho más fuertes que los míos, partiendo desde su realidad.

Pero algo que aprendí y no olvidaré es que me enseñaron a confiar, en mi misma y en los demás, que a pesar de las diferentes dificultades no renunciaría a mi meta: cambiar una minúscula fracción de mi contexto, porque sabía que cada semana a pesar de las “muchas” responsabilidades que tenía había un rostro feliz que me esperaba deseoso de aprender nuevas cosas para ser el profesional que quería ser.

Como yo, hay muchos en mi universidad, en mi región y en mi país, muchos que podríamos volver a ser los superhéroes que cuando niños quisimos ser, porque ser voluntario no es sencillo, porque se necesita de determinación, porque al inicio sentirás que pierdes tu tiempo, porque se piensa que ayudar a los demás y no recibir nada a cambio es no invertir el tiempo efectivamente, porque tus amigos no te entenderán y te mirarán como si fueras un loco por la singular motivación que te caracterizará, porque todos estamos preocupados en crecer profesionalmente y sobre todo de resaltar frente a los demás debido a que las circunstancias competitivas lo exigen sin darnos cuenta de que caemos en el individualismo.

Se puede ayudar desde la posición en la que nos encontremos, se puede ser voluntario u organizador, se puede dar diez horas semanales o solo un par, se pueden dar ideas de mejoras o ayudar directamente, pero lo único que no se puede es creer que no vamos a poder y ser indiferente ante lo que nos aqueja como comunidad. No se puede ser pesimista cuando te das cuenta del impacto que consigues, de las sonrisas que causas (de la tuya y la de los niños) y de la esperanza que cultivas en pequeños que pueden continuar nuestra misión, la de ser superhéroes y cambiar nuestro país.








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