lunes, 28 de marzo de 2016

Mi anécdota: de cómo aprendí idiomas

Escribe: Bożena Zakrzewski

No estoy segura en qué momento de mi vida empezó mi adicción. Realmente, no sé si fue algo inducido por el propio contexto o fue algo innato, pero eso no importa. Lo único relevante es contarles mi experiencia y por qué creo que aprender idiomas es una de las mejores cosas que pueden decidir hacer en sus vidas.
Nací y crecí en Lima, pero desde pequeña estuve expuesta a un ambiente multicultural. Empezando por mi padre, que era polaco y hablaba 6 idiomas: polaco y ruso, que los aprendió en el colegio durante la época comunista en Polonia; y alemán, inglés, portugués y español los aprendió de oído durante sus viajes. Cuando decidió vivir en Lima, construyó un hotel – que ahora es inexistente – pero ahí viví mi infancia: junto a miles de caras desconocidas que iban y venían, y hablaban diferentes idiomas que yo no llegaba a reconocer a mi corta edad.

Recuerdo que sabía palabras muy simples en polaco como “tatuś” (papá) o “dom” (casa). Sin embargo, jamás había sido capaz de construir frases, ni las más simples. El idioma polaco pasó a un segundo plano en casa, y la verdadera dificultad comenzó cuando me enseñaron inglés por primera vez en el colegio. Estaba atrasada con respecto de mis compañeras y debía quedarme a clases extra por la tarde para nivelarme. Gracias a los miles de cartoncitos con palabras básicas en inglés que mi mamá hizo para mí, pude memorizar varias palabras y dejar de decir solamente “balloon”.

Así que crecí hablando español e inglés durante mi época escolar. En cuarto de secundaria a una amiga se le ocurrió inscribirse en la Alianza Francesa para tomar clases de francés y no me pareció mala opción. Aprobé satisfactoriamente mis dos primeros cursos del nivel básico pero luego me pareció muy complicado y decidí retirarme. Durante un año me desinteresé completamente hasta que, finalmente, retomé las clases e incluso rendí los exámenes DELF. Me había dado cuenta que decir “yo sé francés” me hacía un poquito diferente del resto y tal vez ese fue el punto de partida.

Conocí, durante mi etapa universitaria, a personas que hablaban otros idiomas, especialmente alemán e italiano. No me emocionó la idea de que otras personas también sepan otros idiomas además del típico español e inglés, así que decidí “competir” e incursionar con el italiano. Llegué a nivel intermedio en el Istituto Di Cultura Italiana y no seguí porque lo encontraba difícil. A diferencia del francés, la gramática y la pronunciación del italiano se parecen mucho al español y eso causaba en mí una gran confusión: “¿Lo estoy pronunciando bien?”, “No sé como decir esta palabra, ¿debo asumir que es igual que en español?”.

Desde julio del 2013, tuve un largo descanso de un año – sí, para mí fue largo – hasta que en julio del 2014 realicé mi intercambio a Polonia. Llegué diciendo 5 palabras: “Dzień dobry”, “Cześć”, “Poczekaj, “Dziękuję” y “Dobranoc”. Al parecer, vivir sola en Varsovia, en una ciudad donde las personas que te atienden en las estaciones de tren y supermercados solo entienden polaco, activó mi instinto de supervivencia. Al quinto mes ya estaba armando frases: pidiendo helados de diferentes sabores, recargas a mi celular y reclamando en las tiendas. Cuando regresé a Lima traté de no olvidar lo que había aprendido y ahora intento aprender ruso, ya que su gramática es similar al polaco por ser lengua eslava. 

No sé cuándo debo frenar, pero tampoco creo que deba hacerlo. Aprender lenguas romances y eslavas me han permitido entender otros idiomas de la misma familia. Por ejemplo, puedo entender catalán y un poco de eslovaco y checo. Eso me emociona y me sorprende la conexión que puede haber a nivel cultural entre las lenguas. Pero, ¿para qué sirve aprender idiomas? No lo sé con seguridad, pero el principio por el que me rijo es que no hay nada más lindo que comunicarte con una persona en su idioma natal porque cada lengua tiene su magia y muchas veces las personas no son capaces de expresar todo lo que sienten en un idioma que no es suyo.


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