martes, 17 de febrero de 2015

Whiplash (2014) y el amor por transcendencia

Redactor invitado: Gonzalo Ramírez Herrera

Si se intenta definir Whiplash, la excelente segunda película del realizador Damien Chazelle (EEUU, 1985), en una sola oración, esta podría ser: “amor por la música”. Ahora bien, no hay nada en esta oración que nos advierta que el amor sea algo necesariamente bueno, sino, por el contrario, revela su carácter jerarquizador, excluyente, conflictivo y competitivo. Por decirlo de alguna manera, solo se puede amar bien una cosa sobre otras y para hacerlo nada está vetado de hacer.



Whiplash nos sitúa de inmediato en el Shaffer Conservatory de música y en la vida del estudiante Andrew Neiman (Miles Teller), dedicado a la batería y al sueño de ser alguien con dicho instrumento. Uno de los objetivos a mediano plazo de este estudiante es llegar a ser el baterista titular de la banda de estudio de la escuela, dirigida por el estricto profesor Terrence Fletcher, encarnado por un magnífico J.K Simmons, quien representa toda una tradición de profesores exigentes, inescrupulosos y obsesionadospor la perfección. La insoportable carga psicológica y emocional genera un ambiente tenso entre el joven estudiante, el profesor, la banda y el entorno que les rodea. Por momentos parece que la música se convierte en una entidad que controla todos los detalles de la vida de estos personajes alimentando su obsesión y exigiendo ser el único centro de atención. El fin: alcanzar la perfección en su ejecución y, con ello, llegar a la transcendencia. 


En términos técnicos, la película se lleva con un ritmo admirable, no corre, no se retrasa, como si de alguna manera quisiera emular la mejor performance del protagonista con la batería. La fotografía ayuda bastante en este punto, ya que permite aumentar la tensión “rostrorizando” los elementos que constituyen la escena: rostros, manos, instrumentos, gestos, etc. Los encuadres que apuntan tensión la sostienen de manera formidable porque nunca son abiertos del todo, como si buscarán tener presente el conflicto que mueve a toda la historia y sugiriendo que este no se diluye en ningún momento del film. Otro alcance más en relación a la cámara es que esta nunca deja a los personajes en su relación con la música, y por más acontecimientos que sucedan, la obsesión no ha disminuido ni un poco en todo el desarrollo del film. 

Desde nuestro punto de vista, esta entrega tiene dos aportes generales que la convierten en un muy buen film. Estos son: el espacio que se les da a los actores y la renovación, por no indicar perversión, de tópicos en películas de este tipo. Veamos. 

Como ya se indicó, el ritmo del film es sostenido y, si bien se centra principalmente en estos dos sujetos, evita sofocar y les proporciona a cada uno un espacio importante para el desarrollo de sus personajes y de los conflictos que los persiguen. En este punto son las actuaciones, y principalmente la de J.K Simmons la que guía el desarrollo del film dejando en claro que es un actor de carácter que bien puede modular su intensidad como le plazca. No es sorprendente que esta película le haya valido su nominación al Oscar de este año. No se queda atrás Miles Teller y nos deja una actuación verosímil, adecuada y sobre todo sentida, incluso cuando estos sentimientos no sean necesariamente los más honorables. Asimismo, el padre (Paul Reiser) y la chica (Nicole Benoist) aportan como satélites que contrastan con este mundo interior del aspirante a baterista. Así, cada elemento tiene un lugar adecuado para su despliegue correcto en la narración de la historia y en la construcción del universo general del film. 

El otro aporte, y este más en relación con otras películas de temática similar, es la pérdida de inocencia en la búsqueda de los objetivos. Y esta obsesión por la perfección a la cual hacemos referencia no es gratuita o inocua: tiene consecuencias palpables en la vida concreta de personas de su entorno. Dejamos así de lado de la fantasía películas como Crossroads (con Ralph Macchio de 1986), donde la superación era saludable con respecto al personaje: aquí se deja en claro que dicha búsqueda de perfección es un camino tortuoso, y porque no decirlo, solitario y ego centrista. Este punto, consideramos, es de suma importancia ya que le permite un alto grado de verosimilitud al film y lo pone en sintonía con un mundo actual marcado por el individualismo y una competitividad despiadada, pero en este caso, en sus momentos más profundos, la lucha va por el sendero del narcicismo más doloroso camino a una idea muy personal de felicidad. 

Podríamos mencionar un problema muy breve dentro de Whiplash: el detalle explícito en relación a la práctica del instrumento. Como indicamos, cada elemento tiene su lugar en el film, pero el uso de elementos más sugerentes antes que su explicitación hubiera dejado mayor espacio a la imaginación del espectador y no hubiera puesto en jaque al protagonista que busca ser un baterista soñado, y como tal, difícil de personificar. En este punto debió ponerse el énfasis en otros aspectos, quizá más en la angustia antes de las ejecuciones o en los elementos en torno a la práctica. Esta situación puede dar la impresión de que se quiso llenar esos espacios con imágenes de ejecución del instrumento, pero creo que no lo termina de lograr. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Espartaco de Kubrick: la escena antes de salir a pelear al coliseo y solo se escucha la lucha entre un gladiador y los leones. Ese estilo de sugerencia carga la situación y centra nuestra atención en el actor y en su angustia más que los eventos específicos. Quizá este problema haya surgido por tratarse de una adaptación, del paso de un cortometraje a un film de largo aliento. Ese mismo síntoma también se puede encontrar en algunas partes de District 9, film de Neill Blomkamp de 2009, que también paso de ser un corto a un largometraje. 

Whiplash es una oda al amor por la música, a un amor monógamo, doloroso y enfermizo que mutila poco a poco el entorno de los personajes 

Como podemos observar, Whiplash es una oda al amor por la música, a un amor monógamo, doloroso y enfermizo que mutila poco a poco el entorno de los personajes en procura de la perfección y de la felicidad de los mismos. En este proceso, parece que solo la perfección podría salvar a los personajes de un absurdo. Esto nos recuerda a Oscar Wilde indicado que “todo arte es inútil, pero que la única razón de hacer algo inútil es admirarlo intensamente”. Parece que esa idea se completa con este film, indicando que dicha admiración procura la eternidad, sea cual sea su costo.

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