lunes, 13 de junio de 2016

LA RESPUESTA: carta del alumno que estudia y trabaja a su profesor

De: Henry Montalban <montalban_he@alum.up.edu.pe>

Para:
Dario Muñoz <muñoz_de@up.edu.pe>

Fecha: 6 de junio de 2016, 04:21 a.m.


Asunto:
RE: Inasistencias reiteradas


Estimado profesor:

No puedo renunciar. Tengo una promesa por cumplir. Procedo a contársela no con el afán de justificación -de hecho, me daría vergüenza justificar algo así. Lo hago como una muestra de agradecimiento por sus consejos y para demostrarle que sí me interesa lo que usted piense de mí.


En el 2016, en el mes de abril y un día que aún prefiero no recordar, mi madre murió. Fue un largo e incurable proceso de cáncer el que la mantuvo en cama por, aproximadamente, 3 meses. En ese entonces, y como usted muy bien lo señala, yo aún no practicaba: llegaba temprano a clases, me sentaba en la primera fila y cuestionaba si había que hacerlo. Al final del día, llegaba a casa para cuidarla y asegurarme de que ella esté bien, a pesar de que , en el fondo, ella nunca lo estuvo.

¿Qué vas a hacer cuando no esté? Me preguntó un sábado por la mañana, cuando compartíamos el desayuno. No sabes hacer nada, me dijo; y nos reímos. Hace mucho tiempo no la veía reír con tanta  intensidad. Siempre que hablábamos lo hacíamos en voz baja, para que mi hermano menor no nos escuchara. En casa éramos solo los tres: mi madre, mi hermano y yo. Mi padre nunca estuvo y menos ahora que la cosa no pintaba nada bien.

Le confieso, estimado profesor, que cuando mi madre me preguntó eso no supe qué responderle. Por ese entonces había practicado un par de meses, pero había renunciado porque quería dedicarle más tiempo a mis estudios y porque el trabajo no era un tema prioritario para mí. A pesar de que nos reímos, me hubiese podido responderle algo para que estuviese más tranquila. Pero también sabía que, tarde o temprano, iba a poder decirle algo mejor.

Y así fue: dos días antes de perder a mi madre me acerqué a ella y le dije, mirándola fijamente a los ojos: “ya tengo trabajo”. Ella sonrió, llevó sus manos a mi rostro y me dijo: “me da mucho gusto. Eso quiere decir que ahora eres, oficialmente, el hombre de la casa”. En ese momento entendí que el final estaba cerca y que su muerte era inevitable. Sin dudarlo me acerqué y le di cien besos. Me arrepiento, profe. Debí haberle dado mil.

Le prometí, también, que cuidaría de mi hermano menor. No niego que es difícil, pero hay momentos en la vida en los cuales uno tiene que demostrar de qué está hecho. Yo solo quería demostrarle a mi madre que el esfuerzo valió la pena, que ya tengo trabajo, que me gusta lo que hago y que quiero dedicarme a esto el resto de mi vida. No puedo renunciar, profesor. Quiero llevar una vida de la cual ella se pueda sentir orgullosa. Así que espero estar en el camino correcto.
Sé que eso me ha hecho descuidar las clases. Lo admito. Pero le prometo que no volverá a pasar. A pesar de que el seguro oncológico cubrió todos los gastos y dejó un dinero que nos permite estar tranquilos, quiero enseñarle a mi hermano menor que la educación es el único medio para salir adelante y que el trabajo debe llegar solo como una consecuencia.

Disculpe mis tardanzas, profesor. Pero entienda que, cuando uno llega a casa por la noche, muchas veces “molido a palos”, un minuto temprano en la mañana es como si fuese una hora en el día. A pesar de eso, intentaré llegar temprano y sentarme adelante, como en los viejos tiempos. Cerraré la maldita computadora y le preguntaré si me quedan dudas después de la explicación. Tomaré apuntes y cuestionaré las ideas que no comparta. Le seguiré las bromas y sí, también haré las mías. Y, sobretodo, volveré a ser un estudiante, al menos por lo que resta del ciclo.

Le mando un cordial saludo y le agradezco por su correo, pero, como ya sabe, no puedo renunciar.

Atte.

Henry Montalbán.



Pd: Si te gustó este artículo, no te olvides de compartirlo y de seguirnos en fb: www.facebook.com/vozactual


1 comentario: