martes, 13 de enero de 2015

Levrero, mi raro preferido

Escribe: Bozena Zakrzewski

Desde que tengo memoria, casi siempre he acompañado a mi madre a realizar las compras mensuales en Wong. Hace tres años, durante una de estas travesías – porque ir a Wong siempre es una Odisea: los productos nuevos se vuelven Calipsos y la hora de llegar a casa se prolonga – divagué entre los estantes de la sección de libros. En esa época estudiaba francés y, de cualquier manera, quería conocer más sobre La Ciudad de Luz, ya que la oportunidad de viajar parecía inexistente. Es así como mi prejuicio sobre las reseñas de las contraportadas de los libros me llevó a elegir un librito pequeño pero muy simpático llamado “París”.


Al leer las primeras líneas, me sentí identificada con la forma de escribir del autor más que con la historia. Las personas que leyeron alguna vez los relatos que escribía opinaban que eran muy abstractos, fantasmales y con cargas metafóricas que no podían comprender – realmente hacían referencia a ellos como “pastruladas”: algo de eso encontré en Mario Levrero e instantáneamente se convirtió en mi autor preferido.

Así lucirían mis estantes si mi mamá no los ordenara.
(Gracias, mamá)
Sin embargo, padezco de Tsundoku, palabra japonesa que describe mi mal hábito: compro libros y no los termino de leer o, en el peor de los casos, los dejo a la mitad. Es por ello que París quedó abandonado en una esquina de mi repisa y, cuando me acordaba de él, releía las 10 primeras páginas sin avanzar más que eso. No fue hasta el año pasado que emprendí un viaje en tren – paradójicamente la historia comienza cuando el protagonista acaba de realizar uno – que sobrepasé ese límite que me había impuesto inconscientemente.


Recuerdo que ese día tenía el boleto de tren equivocado porque alguien más lo había comprado por mí. Es decir, me subí al tren correcto pero en el día equivocado, por ello no tenían asientos disponibles y viajé tres horas de pie con dos maletas a los costados. No tuve mejor idea que sacar París y, recostada sobre la pared del vagón, empecé a leer. Felizmente los pasajeros fueron bajando en las estaciones y se liberaron algunos asientos. Una vez acomodada, seguí leyendo hasta terminar la novela. El final me dejó un trago agridulce, pues no era un típico final con alguna frase emocional o un mensaje que tuviera una lección de vida memorable; todo lo contrario, parecía vacío: y eso fue lo que más me disgustó y gustó.

Fui aprendiendo más de Levrero en artículos que encontré en la web. Por ejemplo, descubrí que pertenece a un grupo de escritores uruguayos conocidos como “los raros” porque no se les puede poner en ninguna otra categoría y que París era el segundo libro de una trilogía involuntaria que ninguna librería la tenía a la venta en Lima. También descubrí que Levrero era un autor poco conocido, pues ningún amigo había escuchado de él hasta que yo lo mencionaba. Sin embargo, hace unas semanas fui a Íbero y vi libros con su nombre. Mi emoción fue tremenda y no pude evitar comprar “El discurso vacío”. 

Esa misma tarde regresé para preguntar si tenían la trilogía en partes o en el famoso estuche del que tanto se hablaba en internet. Me dijeron que no había, pero que podía hacer un pedido. Así lo hice y esa misma tarde me llamaron para decirme que tenían el estuche de la trilogía en otra sucursal de Íbero y que era la única que quedaba. Al día siguiente me dirigí a comprarlo y mi emoción fue aún más grande cuando este tenía un post-it con mi nombre que indicaba que estaba reservado para mí.

“El discurso vacío” es una recopilación de dos trabajos. El primero se llama “Ejercicios”, que consistía precisamente en ejercicios caligráficos pues Levrero creía que mediante la modificación de su caligrafía podría mejorar su personalidad. El segundo es “El discurso vacío”, que se asemeja a un diario íntimo. Ambas vertientes están ordenadas cronológicamente y se complementan. Ellos permiten una entrada a los pensamientos del autor, a su mundo real y onírico. 

Por otro lado, “La Ciudad” y “París” relatan los acontecimientos externos y fenómenos internos que vive el protagonista en los diferentes territorios a los que va. Aún no leo “El Lugar”; el último de la trilogía; sin embargo, sigue esa misma línea y además, incluye ese realismo introspectivo tan recurrente en sus obras, el cual disfruto mucho. En este sentido, puedo afirmar que Levrero no me ha decepcionado y que siempre será mi autor favorito, mi raro preferido.

¡Mi raro preferido!
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