Redactor invitado: Rodrigo de Piérola
Pasa cada cierto tiempo. Como los eclipses o los temblores.
Cuando se cumple el tiempo sale el titular “El Vaticano planea cambiar (incluya
su tema preferido: aborto, homosexualidad, divorcio, celibato, etc.)” y, por
supuesto, pasada la tormenta el tema regresa a cero. Mucha gente, entre
creyentes, agnósticos y ateos esperaron que las declaraciones del papa
Francisco al iniciar el Sínodo de la Familia y los primeros documentos que
decían “los divorciados pertenecen a la Iglesia y no hay que discriminar a
los homosexuales” significaban otra cosa, una alteración de la enseñanza
católica sobre el tema. Nada lo refleja
más claramente que el titular de La República
“Documento del Vaticano retrocede
hacia una visión más conservadora de la homosexualidad”.
Este titular confunde muchas cosas. La primera fue que la
frase apareció en uno de los muchos documentos trabajo que se manejaron en el
Sínodo, justo cuando el Papa había pedido discutir todas las opciones. Lo que se
olvida es que el Papa también habló de respetar las ideas contrarias y luego
decidir como grupo; o sea que un documento intermedio no era la voz oficial del
Sínodo. La segunda, y esto es típico, es confundir lo pastoral con lo teológico.
Es básicamente imposible que en estos temas haya un cambio teológico, es decir,
una modificación de la creencia. Lo que sí puede haber, y lo hay desde Juan
Pablo II es un nuevo enfoque pastoral en el que se acepta a la persona con sus
imperfecciones (como las tenemos todos) sin que eso quiera decir que se niega
el error. La tercera es proyectar ideas propias sobre cómo debiese ser la
Iglesia y luego quejarse que no suceda así. Se me puede decir que querer el
cambio no es malo -y no lo es- pero lo divertido es que lo que más piden el
cambio son quienes en verdad igual no quieren a la Iglesia. No importaría que
el Papa mañana cambiara todas y cada una de la normas que consideran
inconvenientes, no creerían más en Jesús e igual no perdonarían a la Iglesia
por no haberlas cambiado antes. La cuarta es esta manía que usar la palabra
conservador como insulto; salvo un par de periodistas, cada vez que se refieren
a algo o alguien como conservador quieren decir malvado, retrógrada y opresor.
Lo peor, para terminar, es que cuando el debate sobre la
iglesia lo manejan personas fuera de ella o el alguno de sus extremos en vez de
la mayoría dentro de esa gran familia que es el catolicismo. Respeto que otros
tengan ideas distintas y hasta opuestas y celebro que se debatan pero también,
al final, el catolicismo es problema de los católicos.
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